NADIE PUEDE COPIAR TU CORAZÓN

Ilustración: Marco Noregna @antonianore

Este fin de semana, mientras revisaba redes me topé con un post que decía: “nadie puede copiar tu corazón”.  La frase, además de encantarme, me remitió a dos sensaciones puntuales.  La primera, de incomodidad e incluso inquietud. La segunda, consecuencia de la anterior, era una suerte de elaboración de ese malestar y estaba llena de confianza, un sentimiento que subyace en la certeza de la diferencia y la propia capacidad creativa.  Entonces, con la fugacidad de un trailer que resume una película en unos cuantos segundos, repasé algunos recuerdos de mi vida laboral en la televisión.  Llegaron a mi memoria los plagios de los formatos que creaba, también cuando trataron de imitar mi lenguaje y estilo televisivo; las muchas veces que usaron las mismas locaciones e incluso, cuando aplicaron recursos similares a los que yo usaba en la edición de mis programas.  El límite, quizás, fue cuando una realizadora congraciada con los jefes de turno, argumentó que debía tener a mi equipo de trabajo para ella hacer un buen programa.  Fue así como trasladaron a otro proyecto a mi productora y mis realizadores, yo me quedé sin equipo y tuve que armar otro.  Para efectos técnicos de este texto, es importante anotar que el programa para el cual movieron a mi antiguo equipo, nunca vio la luz, es más, nunca hubo un piloto. ¿Qué habrá faltado?

La lista continúa y podría seguir escribiendo como una suerte de desahogo tardío, todas aquellas ocasiones en las que he sentido e inferido que mis propuestas han sido copiadas por otros de manera deliberada, total o sutilmente.  Un asunto que no deja de cuestionarme, pues las fronteras que existen en el ámbito creativo son delgadas y, cruzarlas, implica poner en evidencia la capacidad creativa, la integridad profesional y la personal.  Sin embargo, en nuestro medio para este tipo de casos, más allá del reconocimiento del proceso creativo y la identificación del sello personal del producto, la balanza también puede inclinarse a terrenos pantanosos donde es común invisibilizar, menospreciar, ignorar e, incluso, negar; solo por mencionar algunas conductas.   

En realidad, mi experiencia personal probablemente es solo una pequeñez, comparada con la oleada de casos de plagios, similitudes y coincidencias que durante los últimos meses he conocido en el mundo de la moda colombiana.  Muchos de esos sucesos han sido públicos, discutidos o vituperados; cuyo escrutinio en redes ha generado toda clase de posturas.

Entre ellos, está el caso de Parchita, una marca de Medellín que lleva doce años en el mercado y que hace menos de un año se topó con una marca en Bogotá que replicó fielmente, no solo varios de sus productos, sino también todo el visual merchandising de su tienda.  En medio de la indagación que el equipo de Parchita realizó sobre esta particular situación, el dueño del lugar alegó, entre múltiples groserías, que mientras los diseños no tuvieran patente, eran de él.  Como dato curioso y anecdótico, la razón social de dicha marca no corresponde al sector moda, sino al de transporte y, una de las acepciones del nombre de la marca en cuestión es: persona que disiente o se aparta de las normas de una institución.  Actualmente el caso está en instancias legales y, por supuesto, a raíz de este desafortunado suceso la marca Parchita ha optado por patentar algunos de sus diseños. 

Otros casos vinculan a los maquiladores que trabajan para las marcas, como el incidente que vivió Alejandra Mejía, directora creativa de Labranza, quien se percató del uso no autorizado que una nueva marca estaba haciendo de algunos moldes de sus diseños. Esta situación ocurrió porque su antiguo maquilador vendió esos moldes sin permiso.  A la luz de las circunstancias, la persona que compró estos moldes retiró los diseños del mercado, pero paradójicamente, siguió aplicando en sus nuevos productos la identidad de marca de Labranza.  Esto nos lleva a otra reflexión, una orientada no solo a la copia de productos, sino del lenguaje o el sello estético de las marcas, algo que parece un intangible, pero que realmente alberga la esencia estética y lenguaje de estas.  Un fenómeno que ocurre frecuentemente cuando firmas grandes se convierten en referentes o aspiracionales de otras.  El fenómeno Johanna Ortiz, por ejemplo, el cual ha sido tan fuerte en Colombia, el cual grandes y pequeñas marcas adoptaron y que en nuestro medio es una tendencia.  Otro gran ejemplo fue el que hace varios años se vivió con Agua Bendita, marca que fue el referente claro de la mayoría de las firmas de vestidos de baño que emergieron en la década anterior.  Sin embargo, la uniformidad de las propuestas llevó a una saturación del mercado, a muchas marcas a su consecuente desgaste y posterior desaparición, otras en cambio, entendieron que debían replantear su identidad de diseño para sobrevivir. 

¿Qué pasa entonces cuando distintas propuestas deciden referenciarse en marcas ya posicionadas? La respuesta es obvia, desde elaborar prendas evidentemente parecidas hasta comunicar de la misma forma, esto incluye la realización de campañas semejantes.  De hecho, recientemente, hubo una fuerte polémica en redes sociales por la observación que Estefanía Jiménez, diseñadora de profesión, hizo sobre varias fotografías pertenecientes a diferentes marcas, cuyo lenguaje visual coincidía, incluso en el uso de modelos y locaciones similares.  Esto abre un planteamiento enriquecedor para las marcas, especialmente, para las que están empezando: la importancia de construir y definir su lenguaje, identidad o esencia de marca.  Las elecciones están ahí para hacerlas e, indudablemente, también para asumirlas, pues si la elección está alineada fuertemente con el referente aspiracional, las comparaciones, observaciones y opiniones al respecto vendrán tarde o temprano.  Las coincidencias no pueden borrarse solo con negarlas o con obligar al otro a eliminarlas de un timeline.

De igual forma, he conocido otras historias que, por petición expresa de las marcas, se mantienen en reserva, pero el hecho de no haber salido a la luz, no las hace menos graves e involucran a marcas posicionadas y grandes como a otras más pequeñas; es más, algunos de estos casos son tan delicados que no solo ponen en entredicho el origen de un diseño, sino los cimientos creativos y éticos de las marcas cuestionadas.  Casos que finalmente se suman a una extensa lista que, además de traer consigo una problemática tan compleja como es el tema del plagio o las similitudes creativas, también pone de manifiesto el talante de los dueños de marca, los diseñadores o los equipos.  Quiero anotar que al referirme al talante aludo a todo un conglomerado de características, cualidades o vacíos que configuran no solo la identidad de una marca, sino también su conducta, pues las acciones son un indicador de valores y costumbres.

En ese orden de ideas, cuando surgen los cuestionamientos y las respuestas de las marcas van desde vulgaridades verbales, amenazas con demandas, aseveraciones agresivas o contraargumentos rastreros en los que la víctima termina siendo el victimario, pasando por la cacería de brujas en redes sociales, mentiras del calibre de no conocer la marca copiada pero haber asistido a algunos de sus desfiles, hasta toda clase de argumentos falaces, incluidos los respaldados en el tamaño o antigüedad de una marca para no reconocer un error y sostenerse en él, a pesar de la evidencia.  Entonces, no puedo evitar decir, que no solo nos encontramos frente a bajos y lamentables métodos para imponer una posición o un acto sospechoso, sino también, frente a una seguidilla de hechos que parecen sacados de los titulares de las desastrosas noticias de nuestro país. En otras palabras, es evidente que la industria de la moda colombiana también se ha permeado de la problemática tramposa, corrupta y cínica que diariamente vivimos en muchas otras instancias.  Obviar aquello que parece obsoleto como la honestidad, el profesionalismo, el respeto, la ética y la moral, tal vez es un estilo de vida adoptado por algunos, quienes procuran a como dé lugar, sostener un error para vender o aparentar un estatus.

Por fortuna hay casos esperanzadores, no todo es fangoso, hay quienes con entereza y profesionalismo saben responder, ser consecuentes con su reputación y trayectoria, reconocer un problema, e incluso, retirar piezas para no generar malentendidos y, más allá de eso, seguir configurando su sello personal, sin dar pie a suspicacias que los relacionen con el trabajo de otra marca o creativo.  Un ejemplo de ello es el de la diseñadora gráfica Catalina Estrada, quien hace poco estuvo en el ojo del huracán por una situación de diseños bastante similares.  Con entereza, respeto y elegancia, retiró los prototipos de un buzo tejido que, evidentemente, se parecía mucho a una referencia de la marca Papel de Punto.  Debo decir que este proceder no solo es correcto para su nombre como diseñadora, sino como persona.  Un gesto que se destaca en medio de un escenario árido, repleto de ego.  Un ejemplo a seguir, pues retirar la pieza y expresar su incomodidad con los hechos, fue sano y claro, no solo con quienes siguen su trabajo, sino también con la labor de Papel de Punto.  De hecho, me atrevería a decir que Catalina fue la gran ganadora de esta situación, pues nos demostró de qué está hecha. Y, repito, sentó un precedente en la industria de la moda colombiana, un gesto que solo replicarán quienes en esa misma situación tengan claro la importancia del cuidado del buen nombre de una marca.

No es un secreto que el ejercicio creativo ya es lo suficientemente difícil y retador en industrias en las cuales, prácticamente, ya todo está hecho.  Adicionalmente, en el caso de la moda colombiana, la identidad y el lenguaje diferenciado son valores agregados que suelen estar representados en el diseño de autor, marcas que en su mayoría son empresas pequeñas.  En ese sentido, considero que el tema del respeto entre las marcas, es decir entre colegas, quienes además comparten el mismo ecosistema, adquiere más trascendencia y significado.  Es simple, ¿no es más prospera y asertiva una industria con hábitos sanos y respetuosos? Un respeto que empieza por el que cada marca se tiene así misma.  Es simple, lo veo como una sucesión de hechos, una bola de nieve que crece, paulatinamente, con todo lo bueno o todo lo malo.   

“Nadie puede copiar tu corazón”, fue la frase que me motivó a escribir este extenso artículo.  Quizás sea un símil romántico, pero no puedo evitar pensar en una instancia que guarda el universo que te configura.  Allí, suelo imaginar que reside nuestra esencia, todo aquello que eres y que probablemente te hace único.  Un paquete completo que, incluso, alberga lo que te motiva e inspira en el ámbito creativo y te define como ser humano, un conjunto de certezas que solo tu conoces y que se derivan en tus actos o tus omisiones.  Ese lugar al que hoy quiero llamar corazón, posee luz y oscuridad y, curiosamente, es tan singular, que nadie puede copiarlo.