“Dios ha creado las noches que se arman de sueños y las formas del espejo para que el hombre sienta que es reflejo y vanidad”
Jorge Luis Borges
Una frase que resume las difusas relaciones que hoy en día vive la industria de la moda en Colombia, por cuenta del desconocimiento de las nuevas dinámicas de mercadeo y de comunicación que se imponen en las redes sociales. Un particular juego de roles que ha llevado a la moda nacional a caer rendida ante unos números mentirosos, la mayoría de las veces.
Al mejor estilo de Second Life, la virtualidad trastoca la realidad y la práctica de acumular seguidores fantasmas, es decir, perfiles falsos, se convierte en la mejor opción para mostrarse y validarse ante públicos, marcas e instituciones. La premisa es atraer la atención con cantidad y no con calidad. Sofisma, vanidad, apariencia, esnobismo, falacia o trampa, cualquiera de estas opciones no es considerada, pues el discernimiento del instante solo está programado para ver números, sin analizarlos, claro está. Así, se vislumbra un panorama que alimenta por inercia el impacto de una cifra, que atrapa a influenciadores, instituciones y marcas, gracias al inmenso desconocimiento del tema.
La suma de seguidores se ha convertido en un peculiar caballito de batalla para darle una supuesta validez a un nombre, una marca o una institución. Lo curioso es que, en medio de esta exacerbada carrera, se pierde de vista el valor real de un seguidor, el sentido de una audiencia, la validez de un discurso, la riqueza de un contenido y, desde luego, la oportunidad de una venta potencial.
En nuestro medio, las redes sociales aún son vistas desde la superficie, sin profundizar en sus engranajes. En consecuencia, se busca, a toda costa, engrosar el número de seguidores, sin importar si estos son ficticios. Una paradoja, cuyo resultado no ofrece la posibilidad de entender al seguidor real o interactuar con él y, mucho menos, articular y comunicar un discurso con una audiencia viva que, además, lo valide. También está el tema de ganar seguidores reales para inflar ese bendito número, sin importar si estos pertenecen o no al público objetivo, una conducta sobre la que surgen preguntas obvias y prácticas: ¿cuál es el objetivo de sumar sin segmentación?, ¿se entiende una red como Instagram, por ejemplo, como una plataforma para vender y no para aparentar
Si hablamos del medio de la moda en Colombia, la búsqueda del número de vanidad es un modus operandi que se replica a todo nivel, incluso, en aquellos de los que se esperaría un mayor discernimiento entre lo cuantitativo y lo cualitativo; dos indicadores igualmente válidos y vitales para articular una mirada y una voz enriquecida, que contribuya a la identificación de públicos y a la formación de audiencias. Este último, un punto en el que las instituciones que trabajan en torno a la moda de este país tienen una cuota de responsabilidad, que no logran ver por estar confundidas replicando el modelo del número y siguiendo al mismo círculo de influenciadores, mientras les comunican a sus públicos contenidos que responden a una lógica autorreferencial o de un blog de moda y no, mucho más que eso.
La sinergia entre el análisis del público y la formación de audiencias puede llegar a representar desde contenidos de alta recordación hasta la estructuración de lenguajes y estrategias contundentes; pues desde ningún punto de vista se puede subestimar al público y, mucho menos, si se trata de redes sociales y medios que están en constante transformación, donde la información, la diversidad de ideas e, incluso, los debates están a la orden del día.
Desde la cómoda superficie es inviable hacer análisis de públicos, segmentación de ellos y obviamente, desarrollar e implementar nuevas estrategias, pues el paradigma en la mayoría de los casos, se reduce a hacer lo mismo con los mismos. Así las cosas, desde un punto de referencia tan vago, es imposible encontrar nuevos discursos o hacer una valoración de contenidos.
La colonización de las redes sociales por la moda colombiana al día de hoy, nos devela una particular miscelánea que incluye búsquedas de influenciadores tan escuetas, que se equiparan a un anuncio de la sección de clasificados. Dentro de los departamentos de mercadeo o de comunicaciones de marcas o instituciones existe la lógica de seguir, pero no de filtrar ni de explorar. Lo que ya los ubica en un lugar bastante cuestionable. A esto se suma el descreste de un número y la expectativa del logro de otro. Una cifra muchas veces huérfana, pues obedece a un tiro al aire, que carece de estrategia y que no pasa antes ni después por las herramientas de análisis de cada red; lo que desencadena un escenario tan confuso como desalentador.
Si vamos más allá, en el caso de las instituciones que trabajan por el sector desde diferentes frentes, sus bases de datos y los intereses de estas deberían reflejarse en esas redes. E insisto, el tratamiento debería trascender el modelo de perfil de una marca común, para agrupar varias voces y puntos de vista, lo que implica un ejercicio de discernimiento y de valoración de los tipos de discursos y contenidos que, no necesariamente, están mediados por el volumen de seguidores. Una conducta que deriva en esgrimir un número muy bonito al final de los eventos, cuyo trasfondo en la mayoría de las ocasiones genera inquietudes. Precisamente, sobre un caso puntual, este medio solicitó formalmente información para realizar un rastreo y la respuesta fue tan evidente como irrisoria, pues no se proporcionó la información pedida y, en su lugar, enviaron tres renglones del consolidado de un comunicado de prensa. Hasta hoy, A Dress to Kill no ha recibido respuesta al segundo correo, en el que se específica que esa no fue la información solicitada y, que nuevamente, quedamos atentos a los datos.
Lo cierto, es que el número se ha convertido en un indicador que la industria no sabe leer, pero que aplica sin ningún criterio a todo lo que realizan desde sus departamentos de mercadeo y comunicaciones. Un particular delirio que ha llevado a la moda colombiana a querer emular la progresión numérica en redes de una firma de lujo o de figuras internacionales, un comportamiento que todos conocen, pero del cual no se dice nada. Confusión que nos ofrece un escenario digno de un consultorio psicológico, en el que todos parecen tener la solución para las ausencias y los vacíos del otro por cuenta de un número, cuya única cuota de claridad es la vanidad.
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Créditos:
Ilustración: Byron Alaff
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