UN HOMBRE GALÁCTICO

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El despertar del lunes 11 de enero fue el más abrupto que recuerdo desde hace mucho tiempo; al incorporarme esa mañana encendí la radio y fue instantáneo: “David Bowie ha desaparecido”, dijo el locutor.  Pensé, a manera de negación, que quizás era un error, subí el volumen y esperé ansiosa aquellas palabras que desmintieran lo que no quería creer; pero no fue así, David Bowie había muerto.

De inmediato, innumerables flashbacks con imágenes de Bowie invadieron mi cabeza: el viajero galáctico que toca la guitarra, el ser bizarro que borra los géneros sobre el escenario, el transgresor que sutilmente abre la puerta a nuevas instancias, el visionario cuya mirada única tenía el poder de crear la diferencia, el multifacético e impredecible, el histriónico y magnético… El icono.

Fragmentos de sus canciones iban y venían, una banda sonora hecha para todos aquellos que han vivido y sentido la simpleza y la complejidad de la discrepancia, y la soledad que esta suele traer; una fractura inherente, que él llenaba con declaratorias que materializaba a través de sí mismo y de su música.  Bowie el ser inspirador.

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Solía aparecer sin avisar, era un halo de frescura que a muchos nos brindaba certeza y fe; como aquel día en el que perdí mi empleo, porque la diferencia había jugado en mi contra y los lances oportunistas dominaban la escena.  Esa noche, el hombre de las estrellas llegó al cine en forma de documental y durante más de una hora me recordó el valor de la divergencia, la irreverencia, el coraje y la confianza.  David Bowie is,  me tomó suavemente de la mano, mientras Kansai Yamamoto recordaba el día que vio sus diseños femeninos usados por Bowie durante un concierto; en ese momento el japonés entendió que estaba frente a un ser excepcional.  Alguien que reunió diversas manifestaciones creativas y las encausó en una línea inesperada, pionera y llena de significados.  Colaboradores y seguidores contaban cómo se habían topado con Bowie, cómo habían sido impactados por él, por su música y sus mensajes. Los fragmentos de sus canciones inundaban el teatro y fue reconfortante entender que esas letras y melodías han sido parte de la vida de muchos, que representan diferentes umbrales; y que yo justo en ese instante, de la mano de Bowie, cruzaba uno de ellos.

 “…Now it’s time to leave the capsule if you dare

This is Major Tom to Ground Control

I’m stepping through the door…”

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Su voz profunda sonaba en aquel espacio, y en la pantalla gigante un primer plano de su rostro estelar llenaba de esperanza mi corazón.

Al salir de allí supe que David Bowie tenía la mágica cualidad de marcar vidas, no solo una, sino muchas veces… En mi caso, la primera vez fue en los ochenta, cuando escuché Let´s Dance. De ahí en adelante fue fácil moverse en su línea de tiempo sin tiempo, en su exploración musical y estética, porque nadie como él, para crear hitos y evolucionar como creativo.  Esa noche la vida había encontrado en David Bowie la mejor forma para hablarme.

 “…Enter galactic, see me to be you

It’s all in the tablets, sneezy Bhutan

Little wonder then, little wonder

You little wonder, little wonder you…”

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Entender su partida; elegante, digna y cargada de simbolismo, representa asumir un adiós consecuente y bello para nosotros.  Ahora nace la leyenda de un hombre galáctico sin tiempo, que toca a quienes vibran con la diferencia y los acoge en medio de letras, música y una estética llena de posibilidades.  Su último trabajo fue una nueva experimentación, una reflexión en torno a la vida y la muerte… Su muerte. La elaboración de una realidad inminente y un final ejercicio creativo, firmado por uno de esos pocos seres, que aparecen cada cierto tiempo para tocar a otros a través del poder del arte.

CRÉDITOS:

Editor Gráfico: Juan Camilo Marulanda

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